La sal de la locura

Echar saliva por la boca, gritar obscenidades, golpearse contra las paredes. Todo lo confirma, Ariel Müller está loco. Cada casilla en el formato estandarizado del doctor lo comprueba, esta es la imagen del delirio. Aquellos que no son como Müller, en el resto del mundo, despiertan y salen a la calle, existen, en medio de patrones muy claros, bien definidos. Toman el bus, se comen un sándwich, vuelven a la casa. Esta es la vida de la cordura. Funciona. Pero por algún motivo Müller ha caído al otro lado, en el callejón donde el agua sucia nunca desagua por completo, donde las luces confunden los sentidos, donde los gritos y las voces acechan, en definitiva, donde caen, por esas cosas de la vida, todos los locos. El doctor no lo duda un solo instante y Müller se ve internado en el Hospital Neurosiquiátrico de J. T. Borda y empieza el acto de creación, donde se pierde, repentinamente, toda muestra de violencia. El hombre que nos habla ya no parece ser el mismo que echaba saliva por la boca y se golpeaba contra las paredes. El hombre que nos habla ahora tiene una sensibilidad insospechada para hablar de la locura. Su mirada es libre y abarca al mundo. Es la mirada de un hombre que lucha por comprender. La verdad es que cuando se trata de la locura, ni los psicólogos, ni los médicos, ni los mismos locos tienen certezas; el mundo transcurre en una constante oscilación entre la locura y la sensatez. Una sobresale por momentos y luego le cede su lugar a la otra. La razón y el delirio se intercalan y se sobreponen. Entonces… ¿Cómo se nombra a la locura? Esta es la pregunta transversal de la obra. Y la respuesta llega de todas las maneras posibles. Puede hacerse desde las voces que se confunden en el viento, desde la madre, desde el silencio, o a partir de la nieve; quizás a través de un agujero en el pecho, o del aire, o tal vez de algo más sensible como la luz de mayo. A veces se hace gracias a la noche, otras veces por la experiencia del padre (un desaparecido más de la dictadura militar, víctima de los vuelos de la muerte), o tal vez la locura se transmite por medio de una cucaracha, o con la falta de un espejo, o puede ser por medio de los otros internos, o gracias a la lluvia y al asesinato de Dios. Quizás con una hormiga o con un amor perdido o con algo más intenso, como con un amor escrito con mierda.

Autor: Fredy Yezzed

Precio: $30,000